Aquí, el extraño personaje que se llama Francesc Salvador vuela mirando el mundo desde las alturas, entristecido por la pobreza de un pueblo oprimido y la maldad de quienes mal lo gobiernan. Sigue todo atado y bien atado en las manos de la profunda caverna de la Madrid franquista. Llegará el tiempo en que descansarán para siempre las cenizas del dictador y sus seguidores habrán desaparecido; entonces, esperemos que la democracia y la justicia aparezcan en este mundo evidentemente injusto, pobre y desgraciado. El tiempo todo lo cura. Vendrán nuevas generaciones con una visión democrática del país. Y esperemos, entonces, que reinen la libertad, la justicia y el amor, que hoy son solo aspiraciones y sueños imposibles, pero mientras tanto el dictador sigue marcando desde la tumba la política y el malestar de los españoles. Somos un pueblo muy desgraciado histórica y actualmente, y no podemos sacudir el yugo de la pobreza, ignorancia e injusticia.
Nuestros tribunales son marionetas de la caverna de Madrid que históricamente ha subyugado al pueblo español. El tiempo apaga los fuegos, el tiempo quema a las personas y cada día escribe una historia.
Francesc Salvador nació en un barrio pobre de Sabadell en una familia humilde de inmigrantes.
Su destino era compartir el estilo de vida de sus amigos de la calle. La fortuna hizo que entrara en contacto con un padre escolapio que le vio inteligente y aplicado y le acogió en las Escuelas Pías de Sabadell, donde se matriculó en primero de Bachillerato, un año atrasado de sus compañeros de curso. Diariamente iba en bicicleta con el hatillo envolviendo la comida del mediodía. Comía en el patio del colegio mientras sus compañeros lo hacían en el comedor.
Humilde y pobre, fue discriminado con las matrículas de honor que eran concedidas injustamente a los compañeros de familias más acomodadas. Terminó el Bachillerato aprobando el examen de Estado y, obligado por su madre, estudió Derecho cuando su vocación era la medicina. Superó la carrera sin ningún suspenso y ejerció de abogado haciendo de pasante con un letrado de Sabadell.
Pero su deseo por la medicina seguía encendido y cuando dos hijos suyos, Pipo y Xavier, empezaron la carrera, él se apuntó también. Hay motivaciones que no las apaga ni la lluvia ni la nieve. Superó la carrera con excelentes y seguidamente abrió una consulta para curar al mundo.
Le es imposible callar la verdad y su grito es un clamor en el desierto como un aullido salvaje.
Su arma, el poder de la palabra que se manifiesta en sus apasionados libros De Humana Stultitia, Finanzas para niños y cazurros y África; y su obsesión es ayudar, amar y dar la mano a los caídos y pobres para crear un mundo mejor.
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